Opinión, Por Cristina Secades Cicero (Kiwín Bio)

 

 

¿Alguna vez leíste un lunario? O lo que es más difícil, ¿alguna vez lo seguiste? Hace un tiempo me regalaron uno, pero la verdad es que al final, creo que como la mayoría, dejo el “menguante” o el “creciente” para hacer los trabajos en “pudiente”. Volviendo a echar un ojo al libro para escribir estas líneas, me llaman la atención párrafos como éste: “realizar la poda en luna descendente, asociándola si es posible con la luna menguante y con efecto marea descendente. Evitar los nodos lunares y el aspecto Luna en cuadratura con Saturno”. Si a esto le añadimos que no llueva, que no venga una Filomena y que tengamos disponibilidad, acabaremos haciendo la poda cuando los sapos bailen flamenco.

Para el común de los mortales, se hace difícil o imposible seguir todas estas indicaciones. Pero ¿realmente tiene importancia que nos esforcemos y nos empeñemos en seguir estos calendarios? Me llama también la atención que en ninguna parte del texto haya ninguna referencia, por lo que entiendo que son indicaciones que provienen de tradiciones, creencias y experiencias más o menos rigurosas.

Hablando de rigurosidad, la semana pasada salía publicada una noticia sobre la influencia de la luna en la agricultura, haciendo alusión a una investigación de julio de 2020 de la Universidad de Valencia. Un artículo con 129 referencias donde se revisa numerosa literatura científica (que a su vez se apoya en experimentos, observaciones contrastadas y estudios fruto de años de investigación) y donde se concluye que no existen evidencias de relaciones directas entre las fases lunares y la fisiología vegetal y, por lo tanto, no estarían justificadas las prácticas agrícolas condicionadas por la luna.

Podríamos pensar en dos efectos posibles de la luna hacia las plantas: por ejemplo, el gravitatorio, pero la gravedad de la luna en la Tierra, como se cita en el artículo, es casi 300.000 veces menor. Por otra parte, mientras que la luna sí ejerce influencia en las mareas, para las plantas es un efecto imperceptible.

Y por último, la luz de la luna llena es 128.000 veces menor que el mínimo de luz solar diurna. También es verdad que se ha visto, por ejemplo en un estudio de 2020 con plantas de café, que esa luz puede tener efectos en sus relojes biológicos y llegar a ser interpretada como una fuente de estrés.

Ahora pensemos también en cuántos días de luna llena hay y cuántos con el cielo despejado en Asturias. Conocemos nuestra parcela mejor que nadie, así que sabremos lo que mejor funciona o quizás estemos experimentando siempre, porque trabajar con la naturaleza es una de las tareas más difíciles, impredecibles y de la que seguramente sabemos menos de lo que pensamos.

Aunque, sin menospreciar la sabiduría popular, ¿qué pasa si ahora contradecimos lo que decían los abuelos?, ¿realmente las diferencias que resultan de guiarnos por la luna son significativas frente a otros factores? Factores objetivamente muchísimo más trascendentales como la temperatura, la disponibilidad y gestión del agua o la luz solar.

Trabajar con los mismos tiempos, herramientas y metodologías en 2021 que hace más de 40 años, seguramente no sea lo más acertado. ¿Utilizamos las mismas variedades, las semillas tratadas, comerciales?, ¿el clima se parece?, ¿es la misma tierra la que cultivaron ellos que la que cultivamos nosotros?

La luna siempre estuvo envuelta en ese halo de misterio que trae consigo la noche, la oscuridad, lo negro frente a lo blanco, en historias que quizás simplemente nos guían hacia actos de fe. Pero sin duda, seguirá ahí, dándole a la hierba el mismo brillo que tienen los sueños.